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“…Y yo soy su amigo”, por Paco Rengel

EL DEPORTE ES VIDANos manejábamos como podíamos para ubicar en el automóvil a dos de los trillizos, Aingeru y Asier. Tenían sólo semanas. Las mujeres aún recogían en el restaurante. Un matrimonio con su hija veinteañera pasaban por la acera y se quedaban observando a los bebés. Era la señorita la que expresaba más halagos. Y ante su admiración, le aclaré que faltaba otra, Ainoa, que era la tercera de los hermanos y aún estaba en el hospital… La chica, de muy buen ver, se asombró aún más, y entonces le señalé al padre, a mi amigo Tito. Y uno, en un arrebato infantil de conquistador adolescente, exclamó ante la joven: “Y yo soy su amigo…”.
Viene a cuento, aunque no lo parezca. Leonardo Fernández es profeta en Cataluña, y en Aragón. Su obra se encuentra expuesta en cientos de hogares de aquellas comunidades autónomas porque es allí donde la luz de la que habla Pepe Morales más ha abierto los ojos de la admiración.
Leonardo decoraba pasteles para ganarse la vida en una confitería, pero su esposa, Loli, le empujó para hacer una alianza común de supervivencia a la sombra del arte. En el lienzo, en la tabla, Leonardo salpica a diario brotes de realismo falso, porque el suyo es el realismo que buscamos perpetuamente en la vida, el de la alegría, el de la sonrisa, el de la solidaridad.
No deja de asombrarnos este pintor de 24 horas al día. Continuamente pensando, diariamente avanzando, casi rozando la perfección ya. El pasado viernes, en una comida de amigos, nos sorprendió con su última obra, y más al protagonista. Hace unos meses estuvo en Álora, con Pepe Morales, y le pidió que se sentara en la mecedora de su madre (q. e. p. d.) para hacerle una foto. No era un capricho. Leonardo le entregó a su amigo un dibujo a lápiz espectacular. Sólo lápiz sobre fondo blanco, y resplandeció el gesto perfecto que define a otro hombre de bien como el maestro de Álora. Otra prueba del realismo que no vemos en la sociedad, pero que es al que aspiramos.
Cada vez que voy a su casa me asombro más de su obra, de su perfección, de su brillo de orgullo impregnado en las tablas. Y me pasa como con mi amigo Tito, que me dan ganas de exclamar ante un tercero que admire su talento: “… Y yo soy su amigo”. Como si eso me diera derecho a que me rociaran algo de gloria. Como si no fuera suficiente honor seguir su obra de cerca, al minuto.

Paco Rengel

Periodista

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